Te voy a revelar el secreto más grande de todos.
Puede que hayas sufrido demasiado por no saberlo pero estás a tiempo de ampliar el grado de tranquilidad y alegría con el que te levantas cada mañana a partir de ahora.
La clave es:
No lo podemos todo.
Mis vecinos quieren cambiar de escuela a su hijo, pero no hay plazas en el colegio de destino. Deseo con todas mis fuerzas que la temperatura del verano no suba de 30, pero lo hace a diario. Sinner quiso ganar Ronald Garros, pero no venció. Me gustaría dormir siete horas seguidas, por el momento no es posible. Me encantaría ver a mi amiga N más a menudo, pero vive en Panamá.
En la era del todo es posible (o de la eterna adolescencia) toparte de frente con que hay cosas que no son factibles puede resultar una fuente descarada de frustración, sin embargo, para un ser relativamente inteligente a partir del ecuador de su vida debería ser un alivio.
Me curé cuando me rendí ante el hecho de estar enferma, mi endocrina lo llamó milagro, su jefa remisión espontánea. Ambas definiciones alumbran la misma verdad.
Me recuperé de un enfermedad crónica cuando acepté que viviría enferma y que eso no daba paso al fin de mundo, ni dejaba en evidencia mi incapacidad para salvarme (o sí), pero entregarme y renunciar al digno objetivo de curarme se sentía más saludable que seguir en la batalla. Abandoné la posibilidad de curarme, me entregué a lo que estaba siendo y las analíticas comenzaron a hablar de salud. No quiero decir con esto que asentir a la realidad sea un movimiento maestro para todos y todo, pero para un ser luchador, idealista y soñador como yo, aprender que no todo es posible es una decepción y… una liberación.
Una decepción al principio, cuando una, dotada del vigor de los veinte y los treinta, si encima es Aries y sabe seducir, habrá logrado algo de lo que quería en su vida. Paralelamente comienza a recibir los primeros noes de la vida, esos con los que Dios nos devuelve a nuestra sagrada dimensión humana para llevarnos después a la liberación.
Porque eso es lo que sucede: a la decepción le sigue la liberación el día que, tras experimentar el agotamiento más profundo, te pones de rodillas. Lloras, golpeas la tierra y, en ese silencio inmenso que queda después, sobreviene una nueva paz: el gusto de descansar en la certeza de que no todo es posible y que hay un misterioso orden perfecto en eso. Una inteligencia divina que aprieta, como el pulidor de diamantes, pero no ahoga.
¿Por qué no salió? nos preguntamos.
¿Por qué no ha llegado ese bebé?
¿Por qué me engañó tras un año de casados?
¿Por qué no encuentro mi vocación?
¿Por qué a ella le funcionó el tratamiento pero a mí no?
Podemos tener diez hipótesis pero la verdad (la verdad incuestionable) es que no tenemos todas las respuestas.
Por eso, hay momentos, en los que no se trata de remar contra viento y marea sino de hacer la plancha.
Estas son algunas de las cosas con las que ahora, más que luchar, hago la plancha:
Las opiniones de los demás.
La necesidad de estar al día de la actualidad o fingir que lo estoy.
El deseo y el compromiso de escuchar a mi hija aunque ella no lo haga.
El miedo a perder cuando digo no a algo.
La modernidad, ya no me atraen las cosas nuevas, casi siento que he de protegerme de ellas.
Fingir interés por la vida cotidiana cuando llega la noche y estoy lejos del libro que estoy leyendo.
Esa amiga que lleva exactamente 33 minutos, empezando a contar desde que nos encontramos, hablando de sí misma. En el minuto 34 me acuerdo de que tengo algo apremiante que hacer.
Esa otra amiga que dice todo pasa por alguna razón, me hace cuestionar nuestra amistad. En serio.
La complejidad del ser humano y, al mismo tiempo, lo limitados que podemos llegar a ser en algunas situaciones.
La flacidez de la piel, puedes regalarte algunos años invirtiendo en arreglos estéticos, pero antes o después vas a confrontarte con la maravillosa realidad de que mientras hay elementos de tu cuerpo que van deslizándose silenciosamente en dirección a la tierra; otras dimensiones de tu existencia se elevan. Más en paz estás con la ecuación años/gravedad, más fácil le resulta a tu espíritu alzar el vuelo.
La necesidad de revisar las listas de lo que deberíamos haber hecho o lo que no, muchas veces esas retahílas son solo una reacción a la frustración o la decepción cuando algo no funciona. Mejor mirar eso que no funciona.
Tampoco lucho con la tentación del drama. Muchas de las historias que hoy nos hacen caer en nuestros abismos son las que mañana se convierten en historias con las que nos reímos de nosotros mismos.
El desconocimiento. No sabemos tanto sobre nosotros mismos y los demás. Asomarnos con curiosidad al otro y mirarnos con ojos nuevos es un ejercicio de lo más conveniente.
También lo es huir de las personas que te aseguran lo bien que están todo el tiempo y quedarte cerca de aquellos que admiten sus neuras.
Tengo la sensación de estar dejándome alguna de las cosas con las que ya no lucho, pero no voy a luchar con ello.
ESENCIAS DE LIEBANA
Sigo a esta mujer desde hace años, lo que hace con las plantas es de otra dimensión.
Este es el último aceite perfumado que he probado: madreselva, tomillo, pino, tomillo, enebro, cedro, hinojo y orégano… la mezcla perfecta para trasladarte a un bosque cuando la tórrida expansión estival es demasiado.
Feliz Noche de San Juan,
Marta
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