Alguien a quien la verdad no le ofende
Sobre mi profesor de pilates y la persona a la que escribo estas cartas
Mi profesor de pilates me preguntó como me llamaba cuando entré por primera vez en su clase.
Hola, me llamo Marta.
Cada vez que he vuelto a sus sesiones, y no es cada semana porque hay distintos profesores y he coincidido menos de lo que me gustaría con él, me ha llamado por mi nombre.
Buenos días, Marta.
Well done, Marta.
Mi broma no te ha hecho demasiada gracia ¿verdad, Marta?
(Todo con su acento noruego).
Nos gusta que nos llamen por nuestro nombre, ¿cierto?
Es una manera de sentirnos vistos, reconocidos, nombrados.
Hoy durante la clase pensaba en todo lo que significa que alguien se tome la molestia de aprenderse tu nombre (y el de decenas de personas que acuden al centro al que voy).
En un mundo donde la velocidad ha convertido los ritmos en arritmias, vi claro que Eric no era una víctima del descompás moderno. Quien se detiene a memorizar un nombre y pronunciarlo mirándote a los ojos diría que es alguien a quien la conexión le importa.
No es solo por eso. La música que escoge, el sentido del humor con el que hace que las dos series de teasers se pasen sin que el quemazón abdominal me haga replantear si de verdad es tan importante mantener mi musculatura a tono y la manera en que nos corrige la postura a cada uno; todo en él habla de alguien que no se dirige a los cinco que somos sino a Karen, Joan, Victor, Marta y Malena.
Ahora dad la vuelta, dijo.