Otoño

Por fin.

Para otros será oh no, que no se acabe el verano.

Yo entono un Aleluya.

Diría que, estacionalmente hablando, las personas se dividen en dos grupos:

· Las que adoran el verano y desearían que se prolongara hasta el infinito.

· Las que disfrutan unas semanas del verano y acortarían su duración para dar paso al otoño.

Pertenezco al segundo grupo; pocas cosas las vivo con tanta certeza.

Es más, si me dejas, lo presido con gusto y sin remuneración.

A los pro·otoño nos reconocerás porque nos verás caminando por ahí observando con fulgor en la mirada si las granadas ya se pueden coger de los árboles mientras nos acaloramos bajo jerséis otoñales que nos hemos puesto demasiado pronto en un arrebato de entusiasmo. Nos escucharás queriendo convencernos de que esta noche el aire es lo suficientemente fresco como para encender, al fin, la chimenea.

Admito que abrazo este cambio de estación con cosquillas en el estómago: el fuego encendido, los paseos por un bosque húmedo y fresco, los cielos dorados, la cocina a fuego lento… alma de otoño.

Mientras escribo pienso que quizás tu alma sea más bien veraniega. Sea cual sea el bando al que perteneces, espero que este carta te resulte inspiradora para vivir la estación que hoy estrenamos a las 14:44.

Una corriente amable y fresca ha alejado ya el calor tórrido y pesado. La expansión estridente del verano se recoge y entornamos antes las puertas del hogar. El sol cede protagonismo a las estrellas. La luz afloja su brillo para que podamos ver los tesoros ocultos en la sombra. Y en lugar de sandias la tierra nos ofrece manzanas, calabazas y boniatos.

Con gusto, te presento a mis tesoros de otoño:

Cielos

Los cielos de septiembre pueden ser de los más bellos del año. El azul es claro y profundo y la paleta de colores al atardecer es la mejor palmadita para que mi pereza se desmotive y yo salga a caminar.

Yo también

Esta estación me devuelve a mí, a la voz del profeta que susurra que afloje el ritmo y escuche más. No todas las estaciones son para crecer, retarnos y florecer. Este es un tiempo para hacer las paces con todas esas voces que te recuerdan comer mejor, orar más, caminar todos los días, mejorar tu comunicación, regular tus ritmos circadianos y cuidar más tus amistades. Para que todas esas voces descansen y no acaben convirtiéndose más en una obligación que en un placer.

El otoño nos susurra que la alegría sin motivo o la sensación de pertenecer no es algo que debamos conquistar cada día sino algo que recordamos cuando detenemos la velocidad.