¿Para quiénes son las buenas intenciones de enero?
Sobre el rendir y lo mejor de estar casada con un italiano
Enero se convierte en un hervidero de proyecciones anuales, manuales de manifestación y buenas intenciones que en su mayor parte naufragarán en la cuarta semana. Un mes naciente y maravilloso al que se le obliga a rendir bajo la coerción de tener que superarse a sí mismo.
Esta Carta la entenderás mejor con esta canción.
Ni siquiera he aterrizado entera en el comienzo del año. Hay partes de mí que todavía están llegando. No nos engañemos, solo un reloj suizo lo hace el día uno. Los seres humanos no vivimos el tiempo de una manera lineal; nuestra cabeza pensante quizá sí pero eso no representa ni el quince por cien de nuestra completitud.
Enero suelo dedicarlo a recuperarme de las Navidades -que por mucho que ame su espíritu- es un intensivo de familia y viajes que me deja como si hubiera escalado la cordillera sur del Himalaya.
Llevo catorce años fuera de mi tierra de origen. Una tierra donde las familias son un aval, sé a quién dirigirme cuando hay un problema con el coche, tengo anginas, necesito hacer una consulta al abogado. Sé llegar con los ojos cerrados al horno donde hacen las mejores rosquilletas.
En el pueblo isleño donde vivo ahora soy una forestera, no conocen mis orígenes, no saben de dónde vengo y el aval soy yo. Volver a mi lugar de nacimiento es una manera de regular mi sistema nervioso. Allí no soy la forastera que siempre está en el proceso de arraigar. Por eso vuelvo cada Navidad a tierras valencianas. Y ahora que somos tres, también lo hacemos a la ciudad de F.
Más allá de reponerme de los vaivenes de las fiestas, la realidad es que nunca he sido una persona que florece en enero. Tener una idea clara de mi año, si es que eso llega a suceder, es algo que emerge en febrero y es más tarde, con la llegada de la primavera, cuando renazco.
Así que me tengo vetado auto engañarme llamando libertad a cruzar el puente hacia ese cansancio sin habla que me aleja de la posibilidad del gozo, aunque sea pequeño. Hoy, día de Reyes, me he detenido en un cansancio inspirador que todavía es capaz de mirar y reconciliarse con los ecos del año que se fue y el hecho de no tener un visión board del 2024 colgado en mi despacho.
Este enero voy a buscar tiempos para olvidarme unos minutos de ser mayor y parecer una cría. Porque al convertirnos en niños, los mayores olvidamos la razón, olvidamos quienes son los poderosos o los guapos, los debería y sobre todo las vivencias que nos entregaron a la vida adulta. Quiero habitar esa edad donde las conversaciones pendientes no existen y las agendas son simplemente hojas para dibujar con plastidecor.