Un cielo en la tierra
Sobre la primera casa en la que viví en Mallorca y el mayor deseo para la persona a la que tanto amo
Cuando llegué a esta isla a vivir aterricé en una casa que era pura fantasía.
Aparqué el coche tras conducir desde el puerto hasta aquella colina. Ana, su dueña, me estaba esperando. Su presencia destilaba la solidez de las personas de otros tiempos.
La primera estancia en la que entré, tras atravesar un porche tapizado de un verde frondoso, fue la cocina. Era rectangular y amplia. Cumplía todos los requisitos de una cocina mallorquina: estantes de olivo desnudo en tres de sus muros de piedra caliza. Grandes botes de cerámica reposaban sobre ellos guardando cucharas y tenedores de algorrobo entre platos de barro y fuentes pintadas de un esmalte ocre. Las ventanas dejaban pasar unos rayos desparramados de sol que iluminaban el jarrón de vidrio lleno de rosas sobre la mesa. Las naranjas rebosan sobre un par de senallas.
Era fácil percibir la serenidad de aquella casa, con sus baldosas castañas en el suelo, el olor a café y la voz acogedora de su dueña. Toda la casa se abría a su inmenso jardín y al campo de almendros que formaba parte de la propiedad.
La lavanda
Los pájaros
El atardecer
El balar de las ovejas
El viento moviendo la buganvilla
El mirto
¡Cuántas ganas de tenderme sobre una hamaca y respirar tanta belleza!
Al salir de la cocina pasamos por el salón, pinturas descomunales daban vida a las paredes, libros y papeles reposaban por doquier, maderas siempre cálidas de muebles impares frente a una chimenea encendida. Ni rastro de diseños helados. La escalera nos llevó a la que iba a ser mi habitación.
El espacio que me cedió era de una nobleza a medio camino entre los Cotswolds ingleses y un rincón monástico. Bajo el techo alto estaba la gran cama con su dosel blanco y sus mesitas de anticuario. No la miré mucho, pues la vista a la bahía de Palma se llevó toda mi atención. Ver desde tu cama la flor del almendro y el mar a la vez es casi insostenible. Sin duda la isla me sedujo con todos sus dones juntos el primer día que llegué. Quizás por eso me fue imposible volver a mi tierra de origen. Aunque entonces yo no lo sabía, tan solo venía movida por una intuición certera y temporal.
Aquella casa, con tanta belleza, me hizo entender porque nunca me he sumado a la dictadura del minimalismo; la espontaneidad y la exuberancia no caben ella.
Un día, estando con Ana en la terraza, coronadas por enredaderas de bignonia rosada y con el azul marino de fondo, me dijo algo que jamás olvidaré mientras servía un par de infusiones y me hablaba de la experiencia de su divorcio:
Mi marido era piloto y se fue con otra mujer. En la separación yo me quedé esta casa. La pagó él pero la siento muy mía, en una pareja uno aporta la inteligencia, otro el dinero, otro el cuidado, otro más sostén de los hijos. No se trata de que todo sea al cincuenta por cien sino que se reconozcan las aportaciones de cada uno y eso se sienta en paz.
La partición exacta siempre me había irritado y sus palabras fueron el bálsamo para aquella rojez que ya no necesitó expresarse más.
Ana era una mujer tranquila, íntegra como una torre, capaz de poner límites y respetarse sin herir ni caer en la indulgencia. Sus hijos, ya mayores, vivían fuera de la isla. Ana habitaba su soledad con dignidad, alimentando su cuerpo de una manera sencilla y deliciosa, manteniendo el calor de su corazón con el hilo del amor entre sus hijos y esas amistades que llenaban el porche hasta el anochecer de risas y complicidad mientras los grillos anunciaban la llegada del verano.
Esta isla me ha ido presentando a mujeres jugosas, generosas, auténticas, atrevidas y maduras que me han ayudado en la construcción de mi identidad femenina y de un mundo en el que las conversaciones circulan libremente sin jerarquías discriminatorias, un mundo en el que se han disuelto algunas de las viejas fronteras.
Ana fue el comienzo de un descubrimiento del universo femenino que me sigue maravillando, sobrepasando a veces, pero sobre todo enriqueciendo mi existencia de maneras únicas que mi alma deseaba aunque yo no le hiciera demasiado caso.
Ver como las mujeres sostienen hogares y familias.
Amistades y cocinas.
Proyectos creativos y lucrativos.
Memorias y deseos.
Dolores y triunfos.
Y un inmenso amor.
Mujeres que respetan a sus hombres.
Hombres que también las respetan y hacen todo eso pero de otra manera.
Hoy, miro a mi hija en nuestra cocina mallorquina desde donde no veo el mar pero donde vivo con una familia que no tenía cuando llegué a esta isla: mi propia familia.
Veo a C y deseo que siga escuchando los cuentos con la fascinación que lo hace, que lea muchos libros sobre un sinfín de temas, que se pregunte, ríe, llore, que ame, que dude, que me sienta cómplice y hombro seguro cuando sea una mujer, que sueñe y siga hablando con el entusiasmo que le acompaña.
Que no pierda de vista la grandeza de la concepción femenina de la vida que, con sus diferentes expresiones, ha sido alentada por un espíritu creador más inteligente que nosotros, y que, mientras ella siga girando junto a este planeta, sea consciente de esos principios tan sencillos y esenciales: la infinidad de la belleza, el sostén de la creación y el portento de la hermandad entre mujeres.
*El próximo lunes 18, para celebrar y nutrir esos principios, inauguramos Inner Sanctuary.
MI ULTIMO CHOCOLATE CALIENTE
Si eres nuevo por aquí quizás te sorprende este espacio. Cada Carta viene acompañada de una sugerencia relacionada con el mundo del cacao, al que amo con devoción y tanto endulza mis días y alimenta mis hormonas del placer. Por algún motivo se le llama el alimento de los dioses.
Resulta que ayer, mientras escribía esta entrega se me antojó un cacao caliente y como no tenía mis ingredientes habituales para las recetas que puedes encontrar en las anteriores cartas, improvisé ésta:
Una cucharada abundante de cacao puro
Un vaso de bebida de almendra (puede ser otra)
1 o 2 cucharadas de miel
Un pelín de sal
Canela, cardamomo y vainilla al gusto.
Calienta la bebida, añade todos los ingredientes y bátelo con un espumador de leche. Ponlo en tu taza favorita y disfruta de esta Carta.
Gracias por dedicar un rato de tu tiempo a leerme.
Leyéndote apetece seguir tus pasos hacia esa casa mallorquina y conocer an Ana. Cuando uno llega solo a un sitio nuevo, el recibimiento de un espíritu como el suyo es determinante para no querer volver.
Que ganas de tomar ese cacao en una charla con Ana... Que bueno que la encontraste y que bueno que hay más Anas en el mundo que nos van a abriendo caminos, muchas veces sin saberlo 💌