Cuando Teodoro llegó a la consulta, lo recibí con curiosidad.
Era la primera vez que atendía a un señor de 74 años.
¿Para qué vendrá? me preguntaba.
En lugar de escribirme un whatsapp o un email me había llamado para concertar la sesión, me habló de usted y me preguntó por mis honorarios. Mi estrato tradicional se alegró.
Durante un tiempo tuve conversaciones con mi hemisferio izquierdo, me decía que no podía acompañar a personas más ancianas que yo, hicimos las paces y comencé a sentirme cómoda con atender a personas que me superaban notoriamente en edad. Pero en este caso tenía razón.